domingo, 2 de septiembre de 2012

Amor online, convertido en prosa



Había discutido mucho tiempo con la cama, con el desvelo, hasta con la almohada. Me he dado cuenta que hasta los que no sienten lloran. Lo hacen alguna vez en su vida, algunas tantas. Pensaba antes, que sólo los enamorados sienten en su alma el verdadero calor del amor. Que los desenamorados sienten el dolor de un vacío, de un adiós. Pero aquellos que no sienten, también lo hacen. Sienten el sufrimiento de querer sentir, de encontrar motivo y razón. Hace mucho tiempo tuve un amor, un bello amor que el tiempo marchitó o más bien, dejamos que se marchitara a paso lento, a paso frío. 

Llegado el punto sin retorno, decidí viajar lejos, empezar una nueva vida en un sitio donde solo yo me conociera, donde existiera un nuevo inicio. Fue así, como llegué al calor de aquella ciudad del sur. Donde los árboles eran grandes edificios y donde el agitamiento humano no era producto del corazón, sino de la vida veloz que se llevaba. 


Recuerdo haber llegado a un lugar sin nada. Nada tenía el lugar, nada tenía yo conmigo. Llevaba únicamente la reticencia a enamorarme envuelta en sábanas de olvido y puesta cuidadosamente en mi única maleta de viaje. 
Pasaron las horas y unos cuantos días. Me hospedé sola en una casa que me recordaba los mejores años de mi infancia. Salí una noche, creo que por un café. Y me encontré con los juegos del destino y una plática amena con una desconocida que no se le parecía a nadie. Por la oscura noche no veía su rostro más que imaginándomelo en mi profundo pensamiento. Cuando pude verla, me parecía una chica muy joven. Con el tiempo descubrí que esa inocencia en sus ojos un poco tristes, era la dulce esencia de una mujer ya crecida. De cabellos negros y brillantes, de estampada mirada brillante como el sol. Con una sonrisa que juega a descubrir sensaciones y unas manos pequeñas y suaves que nunca toqué. 

Hablamos tanto que forzamos al tiempo detener su marcha. En cada intercambio que hacíamos mi corazón palpitaba sin poder entender un por qué. Era dulce, muy avispada, inteligente y divertida. Me sentí cómoda en su presencia y pasó la noche hasta las primeras horas de la madrugada. 
Jamás la vi en persona, no la tuve de frente más que a través de una pantalla. La conocí por internet de la forma más extraña. Por eso jamás la podré olvidar. Algún día mi corazón espero que no la ame más... espero, aunque la paciencia no es mi mayor virtud. 

Así fue esta especie de sueño que alguna vez tuve, algo muy normal entre las mujeres, tan normal como personal. La historia es inconclusa, pues no tuvo continuación, inició y finalizó sin más. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario